Las emociones son estados afectivos que nos suceden todo el tiempo a lo largo de nuestro día, aparecen para comunicarnos algo, en otras palabras, tienen una función adaptativa. Hemos podido observar cómo en el último tiempo han cobrado relevancia en nuestro entorno y su papel resuena mucho más cuando hablamos de salud mental, no obstante, hay diversas creencias erróneas sobre ellas, su gestión, su función y su validez.
Por ello, a continuación, recogemos varios mitos frecuentes sobre las emociones que resultan especialmente relevantes cuando estamos transitando un momento de malestar y sufrimiento. En esos contextos, la tarea de “gestionar” lo emocional puede volverse especialmente compleja.

"Queda mucho por sentir"
- Las emociones se clasifican como buenas o malas: En realidad las emociones podrían categorizarse como agradables o desagradables puesto que todas tratan de informarnos sobre lo que necesitamos, por ejemplo, la ira nos movilizaría a no dejar que nos hagan daño y a poner límites, o la culpa nos informaría de que quizás hemos hecho un daño y que necesitamos repararlo. Si cada vez que notamos una emoción desagradable la clasificamos como “un fracaso” dentro de nuestro diálogo interno, corremos el riesgo de minimizar una parte esencial de nuestro sistema emocional. Esto puede derivar en estrategias de afrontamiento disfuncionales o en una mayor desconexión con nuestras propias necesidades.
- Las emociones desagradables son insanas y hay que trabajar para que desaparezcan: Todas las emociones son necesarias. Lo que puede necesitar ajuste es su intensidad, duración o la forma en que las expresamos o respondemos ante ellas. Evitar las emociones desagradables puede llegar a ser peligroso para nuestro sistema emocional ya que, eventualmente, aparecerán inevitablemente y pueden hacerlo de forma desproporcionada, generando una gran inestabilidad. En el contexto terapéutico, algunas personas llegan con el objetivo de “dejar de sentir emociones desagradables”. Sin embargo, este no puede ser un objetivo realista ni saludable en un proceso psicológico. Más bien, se busca comprenderlas, aceptarlas y aprender a manejarlas de forma adaptativa.
- La tristeza es peligrosa, por eso hay que animar a los otros: La tristeza nos empuja a pedir ayuda y a la hipoactivación. Por ejemplo, el dolor de una pérdida (no necesariamente un duelo, puede ser un distanciamiento con una persona importante, perder una oportunidad laboral o haber perdido tiempo de autocuidado y, por tanto, de reforzadores). Para una adecuada gestión es necesario identificarla y conectar con esa emoción, si tratamos de evitarla a toda costa, esto generará otros desajustes emocionales o cognitivos. Cuando nos hacemos una pequeña herida, quizás pueda simplemente sanar dejando pasar el tiempo, pero si la herida es profunda o son heridas repetitivas en la misma zona, poner una tirita encima, sin limpiar, desinfectarla o cerrarla correctamente, no ayudará a que sane. El proceso de curación requiere de atención, cuidado y, en ocasiones, intervención.
- “Ser feliz” consiste en sentir muy frecuentemente emociones agradables: La felicidad es un estado subjetivo que no sería alcanzable de forma adaptativa sin la presencia de emociones desagradables que nos ayuden a conectar con nosotros mismos y con los otros. No es simplemente la acumulación de placer, sino un equilibrio emocional que incluye la validación de experiencias desagradables. “Ser feliz” o, más bien, sentir bienestar implica propósito, conexión, aceptación, crecimiento personal y coherencia con nuestros valores. Si solo considerásemos relevante conectar con emociones agradables y placenteras, en lugar de buscar un equilibro, podríamos caer en conductas disfuncionales a largo plazo (consumo de sustancias, alimentación como regulación emocional etc.).
- Las emociones son incontrolables: Aunque las emociones a veces aparecen sin previo aviso, podemos gestionar nuestra respuesta ante ellas. Además, éstas están influenciadas por lo que ocurre a nuestro alrededor, nuestras percepciones, creencias, expectativas y experiencias previas. Por tanto, trabajar sobre estos factores nos permite desarrollar mayor regulación emocional, una habilidad que se entrena y mejora con el tiempo.
A su vez, existen “leyes emocionales” que nos explicarían de forma más adecuada y veraz el funcionamiento de las emociones.

Leyes emocionales - la verdad sobre tu sistema nervioso.
- Ley de los vasos comunicantes emocionales: Si se intenta ocultar o bloquear alguno de los componentes, los otros componentes multiplican su intensidad. Por ejemplo, si solo conectamos con la parte cognitiva de la tristeza, es decir, de puertas para dentro, pero bloqueamos la parte conductual (permitirnos más tiempo sin actividad, alejarnos de las obligaciones sociales, llorar…), podemos encontrarnos con que notamos que esos pensamientos más catastróficos comienzan a aumentar en cuanto a intensidad, generado un gran malestar y falta de capacidad para manejarlo.
- Ley de la infusión emocional: Un estado emocional que permanece durante cierto tiempo activo comenzará a sesgar todos los pensamientos, interpretaciones y recuerdos en esa dirección. Esto es totalmente normal, de la misma forma que nos sentimos más habladores, soñadores, activos, espontáneos o sonrientes cuando estamos alegres, conectando principalmente con recuerdos o sensaciones agradables, sucederá con cualquier otra emoción. Es importante comprender que así es como funciona nuestro sistema emocional, y no entrar en pánico ya que, si hay una buena ventilación y gestión de la emoción, ese estado emocional pasará eventualmente.
- Ley de las emociones secundarias: Las emociones secundarias son aquellas que surgen como reacción a las emociones primarias que sentimos. En muchos casos, estas emociones son una consecuencia de nuestro rechazo o malestar al experimentar ciertas emociones. Es decir, no solo sentimos la emoción inicial, sino que nos sentimos mal por sentirla, lo que da lugar a una nueva emoción. Un claro ejemplo de esto es la vergüenza. Imagina que sientes tristeza por una situación personal, pero te sientes incómodo mostrándola en público porque temes ser juzgado o que los demás perciban vulnerabilidad. En este caso, la tristeza es la emoción primaria, pero al intentar ocultarla o reprimirla, puedes generar una emoción secundaria, que es la vergüenza. Esta vergüenza nace del rechazo que sentimos hacia la tristeza, ya que no nos permitimos mostrarla libremente, pensando que no es «apropiado» hacerlo. Así, añadimos una nueva carga emocional a la gestión del malestar, al no aceptar nuestras emociones primarias y permitirnos vivirlas de manera natural.
- Ley de la imperfección emocional: Las emociones son avisos de nuestro sistema, pero eso no significa que siempre sean avisos válidos o adaptados a la realidad. Antes de asumir su veracidad, podemos preguntarnos si se trata de una falsa alarma, ¿esto es una amenaza real o una falsa alarma emocional?.
- Ley de la universalidad emocional: Las personas sentimos las mismas emociones, sin importar nuestras diferencias culturales, sociales o personales. La diferencia no está en qué emociones sentimos, sino en cómo las manejamos. Todos, sin excepción, sentimos emociones como la vergüenza, la ira, la inseguridad, la tristeza, la alegría, entre otras. Lo que varía entre las personas es cómo reaccionamos ante ellas y cómo las gestionamos. Los más hábiles emocionalmente son aquellos que sienten las mismas emociones que todos, pero que las gestionan con rapidez y adaptabilidad, sin que estas emociones interfieran de manera destructiva en su capacidad para tomar decisiones o actuar de manera efectiva.
- Ley de la bondad emocional: Las emociones no deben verse como castigos ni como sentencias de nuestro comportamiento o personalidad. Al contrario, las emociones son mensajes constructivos que tienen el propósito de ayudarnos a entender nuestras necesidades, deseos y reacciones, y guiarnos hacia el bienestar futuro; buscan mejorarnos y dirigirnos hacia un lugar más saludable o positivo. Por ejemplo, si sientes ira porque alguien te ha interrumpido repetidamente mientras hablabas, este enfado percibido no es un castigo, sino un mensaje de que tu necesidad de ser escuchado no está siendo satisfecha u te invita a reflexionar sobre la importancia de establecer límites y expresarte de manera más clara. Sin embargo, si alguien (o tu mismx) te dice, «Eres un desastre de persona» o «Tú tienes la culpa de todo», éstos no serían mensajes emocionales ya que no ayudan ni aportan nada constructivo. Las emociones no nos imponen condenas, sino que nos alertan sobre lo que necesitamos para crecer y mejorar. Por tanto, es importante no temerles y, además, aprender a diferenciar qué es una emoción y qué no lo es, pues nos ayudará a distinguir qué mensajes debemos escuchar de nuestro cuerpo y nuestra mente.
En definitiva, aprender a gestionar nuestras emociones no significa reprimirlas o ignorarlas, sino comprenderlas y responder de manera consciente. Una guía clara que podemos aplicar en cualquier situación emocional cotidiana sería:
- Apertura emocional: Lo primero es permitirnos sentir, sin juzgar ni evitar lo que surge.
- Atención emocional: Prestamos atención a cómo nos sentimos, reconociendo las señales físicas, mentales o conductuales.
- Etiquetado emocional: Identificamos y nombramos la emoción con claridad: ¿es tristeza, rabia, miedo, culpa, alegría…?
- Aceptación emocional: Reconocemos que esa emoción es válida y tiene una función, sin intentar eliminarla de inmediato.
- Análisis emocional: Reflexionamos sobre por qué ha aparecido la emoción y qué nos está diciendo sobre nosotros o la situación.
- Modulación emocional: Finalmente, actuamos de manera consciente para reducir su intensidad o canalizarla de forma saludable (por ejemplo, hablar con alguien, escribir, respirar, moverse, etc.).
Texto escrito por nuestra compi Celia Moreno, psicóloga sanitaria especialista en emergencias.
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